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LA LEYENDA DE TARZAN. LA CRITICA

Con más de 50 títulos, Tarzán es uno de los personajes literarios que ha conocido más adaptaciones cinematográficas. Desde las primeras versiones de los años 20 del pasado siglo hasta el encarnado por Christopher Lambert en la excelente Greystoke, La Leyenda de Tarzán, el Rey de los Monos (1984), el personaje nacido de la fértil imaginación de Edgar Rice Burroughs ha conocido muchas variaciones y reinterpretaciones, siendo La Leyenda de Tarzán, del realizador David Yates (saga Harry Potter) la ultima de ellas. La película, de abultado presupuesto (se rumorean unos 180 millones de dólares), está protagonizada por Alexander Skarsgård (True Blood) como John Clayton III, más conocido como Tarzán, y Margot Robbie (Suicide Squad) como su amada Jane Porter. En los papeles secundarios, Samuel L. Jackson haciendo una vez más de sí mismo, y el encasillado Christoph Waltz de nuevo como villano de turno. 


La película aborda el mito de Tarzán desde una nueva óptica, cercana si cabe a la versión que dirigió Hugh Hudson en 1984, aunque no tan original como aquella. La historia comienza con un Tarzán ya adaptado completamente a las costumbres británicas, y que muestra muy pocas ganas de volver a las densas junglas del Congo que le vieron crecer. Con este comienzo se escatima al espectador toda la parte del naufragio de sus verdaderos padres frente a las costas africanas, sus intentos por sobrevivir y el rapto del pequeño por parte de los gorilas, todo ello plasmado en un puñado de flashbacks y poniendo el foco de la acción en un Tarzán ya adulto que intenta dejar detrás su juventud entre los monos. Será el personaje de Samuel L. Jackson el que convenza a Lord Clayton de que vuelva a un Congo explotado por las ansias colonialistas del rey Leopoldo II de Bélgica.

Y es que La Leyenda de Tarzán gira su historia en torno al problema de la explotación de África por las potencias coloniales europeas, sobre todo Bélgica, un punto de vista bienintencionado e idealista quizás demasiado obvio. No falta incluso el mea culpa entonado por el personaje que interpreta Sam L. Jackson en relación a la masacre de los indígenas americanos tras la Guerra de Secesión norteamericana, una escena de autocrítica que nunca está de más en el cine norteamericano. 


Y en medio de todo este fregado tenemos a un Tarzán que pronto deja las comodidades de su mansión para viajar a la tierra que lo vio crecer, mancillada bajo el yugo colonial de los belgas. Skarsgård encarna a un Tarzán taciturno y poco hablador, con una ligera tendencia al encorvamiento quizás por los años de juventud pasados a cuatro patas (incluso se explica su deformación de las manos). Físicamente Skarsgård da el tipo como Rey de la Jungla, aunque falla a la hora de representar al Tarzán que todos tenemos en mente, bien el de Lambert, bien el de Johnny Weissmuller. Le acompaña en su vuelta a África su amada Jane, una mujer de armas tomar a la que no le asusta el peligro y que Robbie interpreta con corrección.

Y en el lado de los malos, el Capitán Léon Rom, hombre de confianza del rey Leopoldo de Bélgica y el encargado de reunir el ejército mercenario con el que esclavizar las tribus congoleñas y explotar los abundantes recursos naturales de la colonia. Christoph Waltz resuelve su papel con efectividad, como hace siempre, con algunos tics cómicos que hacen de Léon Rom un villano algo más simpático. Su arma secreta es una especie de rosario fabricado con hilos de araña de Madagascar (!) casi irrompible y que maneja de manera mortal.


La película que dirige David Yates, aunque bien realizada, bien fotografiada, y con unos efectos CGI bastante convincentes, adolece de un guión algo flojo y una premisa de partida cercana a lo improbable. La película comienza con una escena en la que el primer ministro británico intenta convencer a Lord Clayton que vuelva a África como observador de las actuaciones del rey Leopoldo II en el Congo. ¿Desde cuándo se han vuelto los británicos tan altruistas por el bienestar de los indígenas de las colonias? 

Tras ser convencido por George Washington Williams (Jackson) para volver a África, Tarzán se da pronto de bruces con las actividades de Rom en el Congo. No esperéis que los guionistas os expliquen las motivaciones de alguien como Rom más allá de sus ansias de poder disfrazadas de lealtad a su rey. Allí continuarán las escenas de flashback en las que se nos desvelan como se conocieron Tarzán y Jane en lo que quizás podría haber sido un film más interesante.


En cuanto a los efectos visuales, la película es bastante espectacular, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido íntegramente rodada en los estudios de la Warner Bros. en Leavesden, Reino Unido. Así pues, la gran mayoría de escenas han sido filmadas ante pantallas verdes o escenarios, salvo algunas tomas realizadas en escenarios naturales de Gabón. Aún así, la película da el pego y el CGI de los decorados no chirría demasiado, como tampoco lo hacen las bestias como gorilas, elefantes o leones. Quizás la escena final de la estampida de ñus sea la que da más el cante en lo que a efectos por ordenador se refiere. Y ya que hablamos de esta escena en concreto, mencionar lo absolutamente increíble que resulta que los protagonistas corran entre los ñus sin ser arrollados por estos.

¿Hacía falta ahora mismo otra película sobre Tarzán? Probablemente no. Warner Bros., siempre apostando por proyectos altamente arriesgados, intenta emular el éxito de cintas como El Libro de la Selva (2016) de Disney, solo que enfocando su producto a un público más adulto que al que se dirige la cinta de Jon Favreau. La Leyenda de Tarzán lleva recaudados en USA a fecha de hoy poco más de 121 millones de dólares (187 en el resto del mundo), lo cual no puede decirse que sea un fracaso rotundo... como tampoco un éxito de taquilla. No está nada claro que la franquicia que Warner ha intentado crear con esta cinta vaya a ser una realidad, ni por la taquilla obtenida ni como tampoco la falta de carisma de su protagonista principal, quizás demasiado frío. 


En definitiva, La Leyenda de Tarzán es una película estimable, con buenas intenciones y bien rodada, una aventura clásica sin complicaciones pero con un guión flojo y un protagonista bastante soso. A pesar del presupuesto se echa de menos más muestras de espectacularidad, como la mítica ciudad de Opar que aparece en las novelas de Burroughs y de la que en el film solo se mencionan sus fabulosos diamantes. Los protagonistas, planos, de poco relieve, aunque sin llegar a la caricatura, y la historia simple y lineal, sin aportar absolutamente nada a la mitología del personaje. La Leyenda de Tarzán no se merece ni ser denostada por la crítica ni tampoco ser elevada a los altares, aunque quizás esta indefinición sea en realidad su mayor pecado.

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