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SUPER 8: LA CRÍTICA

Esta película de curioso título que no adquiere un significado completo hasta no haber sido vista, nos cuenta la historia un grupo de niños en un pueblo de Norteamérica que pasan uno de sus interminables veranos infantiles rodando una película de zombies. De forma casual, ruedan el accidente provocado de un tren de mercancías gubernamental que parece estar
relacionado con una serie de extraños sucesos que empiezan a suceder en el pueblo a partir de ese momento, entre los que se incluyen las desapariciones de personas, el robo de hornos microondas y de motores de coches, o huídas masivas de perros a ciudades colindantes.

El relato de misterio y aventuras que se nos plantea a partir del argumento es bastante simple y conocido, ajustándose al esquema de monstruo alienígena amenaza a pequeña comunidad de personas. Lo que sorprende y hace que la propuesta sea original en su anacronía es la forma en la que su guionista y director J.J. Abrams ha decidido contarla. En realidad, el film fue rodado en la misma época en la que lo hicieron “Los Gonnies”,”E.T. el extraterrestre” o “Gremlins”, por citar algunos ejemplos, y alguien nos lo ha traído a través del tiempo como resultado de un experimento militar secreto. Por eso, el reclamo publicitario que reza que la película está producida por Steven Spielberg es redundante, nadie sería capaz de aceptar que estuviese producida por otra persona y, si así fuera, al final se terminaría descubriendo que la identidad de esa otra persona respondería a un pseudónimo del propio Spielberg.

¿ERAN ASÍ ABRAMS Y SPIELBERG?

“Super 8” no es sólo una película de niños, entendida como tal un largometraje en el que los protagonistas son niños y actúan de acuerdo a su edad y no uno que un adulto ha elaborado a partir de lo que piensa que los niños quieren ver en ella. También es una película nostálgica desde el momento en que la acción se sitúa en el verano de 1979 remitiéndonos a una época que ha pasado, como aquella en la que veíamos en los cines las películas de los 80 antes mencionadas, con un compañero de butaca quizás apellidado Abrams. Una época que además no va a volver, como el tipo de cámara y película a la que hace referencia el título del film.

Así, los protagonistas de la historia viven aventuras como las que pudimos soñar vivir a su edad, en la que se ven involucrados monstruos del espacio exterior, nuestros amigos del colegio, la chica que nos gustaba en secreto pero a la que no teníamos el valor de acercarnos, e incluso profesores de secundaria que resultan ser eminentes doctores que trabajaron para el gobierno cuando fueron jóvenes. En esta aventura, como en aquellas que imaginábamos en nuestra niñez, los adultos resultan torpes en sus actuaciones, obcecados en sus esquemas mentales e incapaces de ver la bondad en lo diferente.


La magia del cine permite que los 110 ajustados minutos de metraje permitan contar de forma paralela una historia de superación de un trauma familiar y de ausencia de la figura materna. Este valor añadido (como diría Charles, el jovencísimo director de la película de terror) crea un enlace emocional del espectador con los personajes principales, aunque la interacción entre el drama y la aventura no termine de fluir con naturalidad.

Habría que preguntar a un niño de entre ocho y diez años para saber si la película ha cumplido su objetivo de contar una historia desde el punto de vista de una niñez cercana a la adolescencia, puesto que el que esto escribe puede reconocer desde la distancia la forma de hablar y de comportarse de los niños, entender sus preocupaciones, reírse de sus reacciones ante las diferentes situaciones que viven o ante el montaje final de la película en Super 8 que terminan presentando al festival, pero nunca volverá a tener su ingenua forma de ver la vida. De esta forma, ciertas soluciones argumentales y comportamientos que presentan los adultos a lo largo del metraje le resultarán algo chocantes, consecuencia de un cierto cinismo adquirido al mismo tiempo que la experiencia.

Por eso al final, entre la diversión se cuela un poco de nostalgia, de tristeza si queréis llamarlo así, porque la niñez y toda una serie de sentimientos y emociones asociados a ella han desaparecido junto al phoskito, el walkman o el Super 8.

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