Los tebeos, la denominación con la que tradicionalmente son conocidos los cómics en España, son parte integral de nuestra herencia cultural. Antes y, sobre todo, después de la Guerra Civil fueron prácticamente el único entretenimiento del que podían disfrutar los chavales... y no tan chavales. Pedro Delgado Cavilla, en su libro ¡Yo Quiero un Tebeo! Los Tebeos desde la Posguerra a la Transición, nos invita a rememorar viejos tiempos, remontándonos en la corriente temporal a épocas en las que el precio de los cómics estaba en pesetas, y no como ahora en decenas de euros, lo que ha hecho que pierdan su función primordial: popularizar la cultura y el entretenimiento. No se trata, como advierte el autor, de un compendio pormenorizado de publicaciones, sino de un ensayo ameno, divertido y nostálgico, pero sin perder de vista el rigor y la exactitud del dato.
Del TBO a Roberto Alcázar y Pedrín
El primer capítulo de la obra de Diábolo Ediciones rememora las viejas publicaciones previas a la contienda civil que golpeó España entre 1936 y 1939. Algunas, como las historietas editadas en catalán En Patufet, no sobrevivieron al cambio de régimen. Otras, como el popular TBO, supieron aguantar décadas y décadas reinventándose a sí mismos. Irónicamente, el autor dedica muy pocas líneas al TBO (de hecho, apenas una página), máxime cuando el libro lleva esta historieta en su título.
En obras como ésta en las que se tocan temas relacionados con la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista, es fácil caer en apasionamientos y posicionamientos poco rigurosos. No es el caso de Pedro Delgado. Miembro de la Academia Española de Cine y del Círculo de Escritores Cinematográficos, animador, guionista y realizador, Delgado Cavilla sabe bien cómo acercarse a estos temas sin quemarse. Eso sí, no deja títere con cabeza cuando se trata de señalar los absurdos criterios de los censores del régimen de Franco a la hora de revisar las publicaciones infantiles.
Un ejemplo de lo dicho es el capítulo dedicado a Roberto Alcázar y Pedrín, esos Batman y Robin hispanos que muchas mentes estrechas alinean automáticamente con el fascismo y el falangismo. Pues nada de eso. El autor deja bien claro que la longeva publicación siempre estuvo libre de todo adoctrinamiento y que siempre tuvo la muy loable misión de entretener a los lectores más jóvenes. ¿Sería porque sus creadores, José Jordán Jover y Eduardo Vañó, habían sido republicanos?
El autor desgrana poco a poco las historietas que nacieron al calor del régimen autoritario de Francisco Franco, como Flechas y Pelayos, una publicación que aunó a dos bandos políticos aparentemente opuestos. También se detiene en revistas como Chicos, fundada por una mujer, que contó con dibujantes de la talla de Jesús Blasco, creador de Cuto, y Emilio Freixas.
La relación de los tebeos con el cine y la televisión
La especialidad de Pedro Delgado Cavilla es el Séptimo Arte, como lo demuestran obras como ¡Vamos a Morir Todos! ¡Otra Vez! Lo Insólito y lo Paranormal en el Cine II y Animación. De Betty Boop a Tim Burton, dos de sus obras publicadas por Diábolo. Esta inclinación se nota en ¡Yo Quiero un Tebeo!, pues se esmera en relacionar casi cada publicación con otras artes, como el cine, la televisión, el teatro y la literatura. Por ejemplo, en el tercer capítulo, dedicado al audaz Guerrero del Antifaz, Delgado dedica varias páginas a contextualizar el nacimiento de este personaje en unos años en los que todavía manteníamos colonias en África y se recordaban con orgullo las gloriosas gestas de la Reconquista.
Sin embargo, el ansia por relacionar las viñetas con otras artes lleva al autor a extremos que no he alcanzado a entender. En medio del capítulo del Guerrero del Antifaz, Delgado recuerda un sonado caso de hermafroditismo y cambio de sexo que sucedió en aquella España de los años 40. Se trata de una digresión con poco encaje con el tema del capítulo, como no sea su leve conexión con el tema de las máscaras y antifaces. Por otro lado, me queda la sensación de que podría haber ahondado algo más en la trayectoria del Guerrero del Antifaz, en su auge y final, así como la legión de seguidores que me consta que aún mantiene.
Sí tiene más encaje en un ensayo de estas características describir el papel de dibujantes como Escobar en el cine de animación español de la posguerra. Creador de Carpanta, Petra y Zipi y Zape, entre otros, José Escobar fue también un gran realizador de dibujos animados, como bien deja constancia el autor en el capítulo que le dedica. Llama mucho la atención creaciones suyas como Doña Tomasa con Fruición, Va y Alquila su Mansión. En estas viñetas, Escobar retrata certeramente pero con humor una realidad que estamos volviendo a vivir en nuestro país: el alquiler y el realquiler de hasta un mísero trastero. ¿Ha vuelto España a la posguerra? En cosas como esta, puede afirmarse que sí.
La escuela Bruguera
Las publicaciones de editorial Bruguera y sus autores están presentes en casi toda la obra de Pedro Delgado. No hay un capítulo como tal dedicado a tan importante editorial, pero su presencia se deja sentir en casi todos los capítulos. En el caso de Escobar y Carpanta, el autor realiza un breve estudio sobre la gastronomía en los tebeos de Bruguera. El pollo, la merluza, el sucedáneo del café, la malta, el "gato por liebre"... Son alusiones a una España en la que mucha gente murió de hambre durante los años posteriores a la contienda civil.
Asimismo, tienen un hueco en la obra las revistas de cómics para chicas, como Claro de Luna, Sissi o Florita. Eran tebeos enfocados en las jóvenes lectoras donde se primaban valores hoy en día desfasados. También aparecieron personajes femeninos como Doña Urraca o las Hermanas Gilda, verdaderos clichés más basados en la realidad de la época de lo que nos gustaría admitir. Otro de los subgéneros del tebeo español del franquismo era la familia. ¿Quién no recuerda a la Familia Ulises, los mencionados Zipi y Zape o la Familia Trapisonda? Tener hijos estaba bien visto, era deseable y se promovía desde el poder político, algo que lamentablemente no ocurre en la España actual.
En el capítulo El negro es un buen color (de Babalú a Panchita o Friday Foster), el autor incide en cómo eran representados los africanos en los tebeos españoles de la posguerra. Y no se anda con imposturas ni ideas preconcebidas: eran tratados con el debido respeto, a pesar de lo que a muchos les gusta pensar actualmente. El pequeño guía que acompañaba a Eustaquio Morcillón en sus aventuras africanas o el negrito del Cola-Cao —también tuvo su tebeo— no son objeto de mofa ni son denigrados por el color de su piel. Tan solo se resaltaba algún manido estereotipo, pero siempre sin caer en la ridiculización.
Otro de los colectivos favoritos de los historietistas españoles de la época fueron los mayordomos, los sirvientes, las criadas o, como eran popularmente conocidas, las chachas. Petra, Criada para Todo, del genial Escobar, o Pascual, Criado Leal, de Nadal, eran el reflejo de una España en la que muchos abandonaban el pueblo para servir en la ciudad a las clases pudientes o a la naciente clase media del desarrollismo.
El Capitán Trueno y El Jabato
¿Hubiera estado completa esta obra sin el Capitán Trueno y El Jabato? Uno en el medievo y otro en el Imperio Romano, ambos héroes tenían en común su pasión por la aventura, por las peleas, a las que se enfrentaban con una sonrisa en los labios, algo poco común hasta ese momento en el tebeo español. Aún hoy día, se reeditan ambos personajes en ediciones de lujo que dejan clara la vigencia de aquellos cómics.
Cómo no, los clichés patrios no podían quedar fuera de este ensayo. Pinín, personaje que cuenta incluso con una estatua en La Felguera, Asturias, o Josechú el Vasco son ejemplos de cómo nos reíamos en aquella España de nuestros propios lugares comunes. Agamenón, de Nené Estivill, publicado en la revista Tío Vivo, era el típico brutote de pueblo. Uno de los personajes que más gracia me hacía en mis primeras lecturas.
¡Yo Quiero un Tebeo! Los Tebeos desde la Posguerra a la Transición va llegando a su final, parte dedicada a los agentes secretos y los soldados, como el inolvidable Soldadito Pepe de Sanchís, creador de Pumby. Por supuesto, se hace referencia a Hazañas Bélicas, de Boixcar y Longaron, tebeos excelentemente dibujados basados en documentación y revistas militares. Y, cómo no, el autor se detiene en dos de los más famosos agentes secretos del cómic: Mortadelo y Filemón.
La guinda de esta obra la pone un capítulo dedicado al dibujante y guionista Manuel Vázquez, un tipo peculiar y controvertido cuya vida quedó reflejada en la gran pantalla en El Gran Vázquez (2010), encarnado por Santiago Segura. El capítulo final está dedicado a los superhombres en la historieta patria. Tras un largo preámbulo para contextualizar, el autor presenta al último personaje de su ensayo: Superlópez.
¡Yo Quiero un Tebeo! Los Tebeos desde la Posguerra a la Transición es una obra que, aunque sin afán de abarcar toda la historia del tebeo español, toca los suficientes temas como para satisfacer hasta el lector más exigente. Su apartado gráfico es rico, con numerosas reproducciones de viñetas e, incluso páginas enteras, así como anuncios de la época y fotografías difíciles de encontrar. El texto está apoyado por numerosas notas, aunque no a pie de página, lo que obliga a ir al final del volumen para leerlas. Destacar también el extenso apéndice dedicado a la bibliografía consultada, lo que evidencia la enorme labor que Pedro Delgado Cavilla ha realizado en la que considero una de sus obras sobre cultura popular más trabajadas e interesantes.
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